1940,
Quebec. Una viuda se traslada con sus 4 hijos a la casa de su
hermano. Jules, uno de los chicos, tiene una rara enfermedad cutánea
que le dificulta el contacto social. Un día conoce a una niña india
que comienza a mostrarle algunos secretos del bosque.
Es
una historia bonita con bastantes cosas positivas y algunos errores.
Se nota mucho que Sophie
Farkas Bolla
(su primer largo) ha sido, sobre todo, montadora de documentales. Le
interesa mucho la naturaleza, la relación de los adultos y los niños
con ella. Más aún que las historias personales. No construye muchas
anécdotas y acontecimientos en las aventuras de Jules y Asha,
simplemente les deja interactuar con el entorno.
Me
gustan sus pequeños toques mágicos y, desde luego, el misterio de
Asha, un giro interesante que le otorga a la película un valor
inesperado.
Podríamos
decir que es algo así como Los asesinos de la luna
pero para niños. Los temas crudos y dramáticos están ahí, al
fondo, apenas entrevistos. La tala de árboles como paso previo a la
apropiación y exterminio de los indios. Ahí veo su punto más débil
porque la directora concluye la película en ese momento: el tío
malote, el hermano que se pone de parte del tío, el cierre abrupto
con la retirada por el río… Todo eso queda en el aire cuando los
temas adultos entran sin remedio en escena. La película termina sin
cerrar las
tramas abiertas. Vaya papelón que tiene la madre por delante.
Que
es lícito, por supuesto. La historia de Jules y Asha es lo que se
venía a contar y esa
sí
queda cerrada.
Me
ha gustado porque cumple con su cometido ligero y contemplativo. Los
paisajes son bonitos y el ritmo es adecuado a lo que cuenta pero no
es fácil de recomendar.