-Las
relaciones deberían ser algo privado, ¿no crees?
-Amén.
-Entonces,
¿estás saliendo con alguien?
Amy
Sherman-Pallladino tiene 52 años pero sus guiones parecen escritos desde la inmadurez de
una adolescente fantasiosa: puedo ser irresponsable y, pese a todo, las cosas
me saldrán bien porque me lo merezco.
O
algo así.
Por
eso me repelió lo poco que vi de Las
chicas Gilmore.
Esta
segunda temporada de The Marvelous
Mrs. Maisel exagera esa irresponsabilidad en tal grado que se convierte
en parodia. Es casi una screwball comedy.
Como si Sherman-Palladino se hubiese dado cuenta, al fin, de que no debe
(no puede) tomarse en serio a Mrs. Maisel.
Sólo
así se explican reacciones sin sentido. Fijémonos en la madre, toda decidida a
llevar una vida bohemia en París en el capítulo 1 para luego aburguesarse en el
2 y volver a ser la misma de siempre en el 3. O el nuevo novio de Mrs. Maisel,
incapaz de comprometerse, un par de citas y petición de matrimonio sin que
hayamos visto el proceso. Simplemente nos dicen que nos lo tenemos que creer y
ya.
No
sé. Quizá he aceptado mejor esta segunda temporada por ese no tomarse en serio,
por ser una pura fantasía, porque es imposible juzgar esas situaciones locas
(la estancia en los Castkill) o a esos personajes tan excéntricos (la cuñada de
Mrs. Maisel, la Holly de Mr. Mercedes,
qué exageración de personaje). Todo es genial para Mrs. Maisel. ¿Qué puede
salir mal? Pues nada. Todos los deseos se cumplen para ella.
Aunque
Susie (Alex Borstein) me sigue pareciendo el personaje más divertido,
cada vez me doy más cuenta de que está demasiado inspirado en el de la Carla de
Cheers.
Me
gustó el episodio del pintor y el mejor cuadro del mundo. Para lo mucho que se
habla en esta serie a mí me dice bastante poco. Ese capítulo sí logró
comunicarme algo.