La
Tierra está bastante hecha polvo, así que muchos viajan a Marte. La nave se
sale de su ruta y comienza una deriva en la que confían encontrar un cuerpo
celeste que les sirva de honda para recuperar la ruta. Uno o dos años como
mucho, en vez de los 23 días previstos.
Es
decir: como Avenue 5 pero en
vez de comedia, drama. Y en vez de tirar por la línea habitual americana de la
aventura y la gente que se une para lograr una hazaña increíble, se inclina por
el existencialismo.
La
idea de que somos capaces de adaptarnos es dada la vuelta. La gigantesca nave,
los miles de personas, podrían construir un mundo allí mismo. Pero no son
capaces de cambiar de planes, de aceptar un nuevo destino, de renunciar a sus
sueños iniciales.
A
partir del 4º año (o el minuto 50, más o menos) ya sólo cabe el surrealismo. A
partir de ahí la película se despeña, una auténtica locura sin rumbo, llena de
absurdos, similar a High Life.
Francesa también, claro. Termina por volverse muy desagradable en sus rarezas, sus escenas inconexas que simplemente van pasando de una a otra, su absoluto
nihilismo.
Y,
lo peor, pretenciosa.
Lo
más interesante es esa cámara terapéutica destinada a proporcionar recuerdos
felices de la Tierra y que termina por contaminarse. No existe protección
contra el ser humano. Debieron sacarle más partido.
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