Sono
es una espía sudafricana. Mientras revienta operaciones de tráfico de armas,
vende los coches del gobierno para sacarse un sobresueldo. También espían al
presidente para ver quién le está corrompiendo esta vez. Además es hija de una
líder que fue asesinada cuando ella era niña.
No
es buena serie pero es un interesante precedente. La primera serie sudafricana
(y africana por lo que yo sé) de distribución global gracias a Netflix.
La
serie es tan caótica como el continente que refleja. Caótico y en busca
permanente de un líder limpio. ONG’s, agencias secretas que se creían
desaparecidas, agencias de seguridad rusas, terroristas de guerrillas,
terroristas que llegan a vicepresidentes, mil intereses particulares de mil
facciones distintas… Y todos llevan el peso de un ser querido asesinado y
ansias de venganza. Y nunca cambia nada.
Todo
ese panorama es una trampa que la serie se pone a sí misma porque quien mucho
abarca poco aprieta. Hay demasiadas cosas y poca profundidad.
Sé
que son muchos sus defectos, pero también tiene bastantes cosas buenas. La
planificación es buena (a la americana,
para que todo el mundo pueda aceptarla), las coreografías de acción y peleaas
están bien rodadas (especialmente ese tiroteo del 1x04), y la tensión del
capítulo final durante el partido de fútbol está muy bien llevada aunque sea
convencional. El contraste entre modernidad y subdesarrollo es llamativo.
En
el fondo es sentar las bases para la batalla entre Queen Sono y Ekaterina
Gromova, que menuda pirada. Le vendría bien centrarse sólo en eso y en
contarnos una historia de James Bond
pero con mujer negra sudafricana. Y que los temas sociales surjan de forma
natural de ese enfrentamiento y poco a poco. No todos de golpe.
6
capítulos de entre 30 y 45 minutos.
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