1901.
En el interior de la Tierra de Fuego, Menéndez es un gran ganadero
de ovejas. Necesita llevarlas al Atlántico para venderlas. Y, para
ello, precisa
de
un corredor suprimiendo a la población indígena. Les encarga la
misión a Alexander, un inglés, y a Bill, un americano. Un mestizo
(Segundo) les sirve de guía.
Un
western
chileno que,
sin ser excesivamente explícito en violencia, crea una atmósfera
malsana. Lo que se dice, lo que se sugiere, lo que ocurre en segundo
plano, es el retrato de un mundo inmoral, inhumano.
Es
una película muy sólida. Sobria y sin alardes logra transmitir
sensaciones brutales. Eso
que llamamos civilización se cimenta sobre los asesinatos de los
indígenas.
Si
Los asesinos de la luna
nos contaba el genocidio de los osage, aquí asistimos al de los
onas. Sorprende la enorme crudeza de los hechos que se relatan.
Y
es buena película. Rodada en 35 mm. tiene una fotografía asombrosa.
No importa que se trate de los paisajes fríos, del interior de
habitaciones o de hombres alrededor de una hoguera. El director de
fotografía hace que te quedes mirando desde el primer instante, con
esas texturas y ese contraste duro.
Puede
que tengas problemas para asimilar las atrocidades del argumento pero
su
apartado visual es espléndido.
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