2005.
Nigeria. Orah tiene 15 años. Un día mata a un hombre. Orah deja a
su hijo con su madre y emigra. 17 años después es taxista en
Canadá. Para poder traer a su hijo con ella acepta cierta operación
misteriosa de lavado de dinero.
Sale
mal. Orah busca
cómo hacer justicia.
La
película tiene claros problemas de desarrollo. Plantear la situación
inicial le lleva mucho tiempo y avanzar definitivamente hasta el nudo
le cuesta trabajo en la labor de montaje. También es excesivamente
discursiva, testimonial y social. Aunque
es una película canadiense, el equipo es en su mayor parte de
orígenes nigerianos. Quiero decir que tienen una voluntad de
denuncia y eso suele ser un problema: se
sienten
obligados a explicar todo lo que está mal en su país.
Ahora
bien. Hay ideas que me gustan. Porque uno, que vive en occidente, se
piensa que la policía, la diplomacia y la política funcionan igual
en todas partes. Y no es así. Hay culturas que tiene otras
filosofías de la vida, otras percepciones acerca de, por ejemplo,
los derechos de los delincuentes.
Orah
no se vengará con una ración de tiros. Orah denuncia a los
criminales a la policía de Nigeria. Y los métodos policiales son
más que suficientes. Luego habrá juicio o no pero el asesino en
cuestión (y sobre todo alguien de su familia) ya paga una buena
parte en el proceso.
Lo
que se puede transportar con un pasaporte diplomático…
Aunque,
claro, ese mismo sistema facilita estructuras corruptas. Al final las
cosas terminan como tienen que terminar. Me gusta que sea un final
crudo y descarnado.
La
venganza no es lo dominante en la película. Es un drama familiar, es
una crítica social, es una denuncia de la corrupción… La parte de
“acción” sirve de anzuelo para sostener lo demás. Abarca
demasiado y se vuelve difusa y poco incisiva.
No
va muy allá pero está bien echar un vistazo a este tipo de
cinematografías. No hay mucho presupuesto pero la planificación es
decente.
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