6/5/20

Sputnik


1983. Dos astronautas de la Unión Soviética vuelven a casa. Uno de ellos muerto. El otro trae en su interior un pasajero.
La sombra de Alien, el octavo pasajero es muy alargada y muchas películas han sido influidas por ella logrando, en el mejor de los casos, ser meras copias, plagios más o menos afortunados.
Sputnik tiene el mérito de reinventarse, de aceptar la influencia para contar algo distinto. Por decirlo de algún modo, el pasajero no es un virus sino un simbionte. Eso le otorga nuevas posibilidades.
Por otra parte está la ambientación. No hay muchos escenarios, es sobria y a su tono gris le va, como anillo al dedo, la atmósfera de la decadente Unión Soviética. Militares y científicos desesperados por lograr una nueva arma que les dé esperanza cuando ya no la hay.
La protagonista, Tatyana (con un aire a la Jodie Foster de Contact), es una psico-neuróloga a la que arrastran a esa base militar. Allí se encontrará la sorpresa, tratará de salvar al astronauta y de descubrir qué es el bichejo. Bichejo que, por otra parte, está muy bien creado, con buenos efectos especiales y que resulta verdaderamente inquietante.
Producción rusa sin muchos medios pero con mucha imaginación y habilidad. Bastante satisfactoria.

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