1895.
Edmond Rostand fracasa con su obra La princesa lejana. El desastre le sabe menos mal porque acaba
de ver el invento de los Lumière y calcula que al teatro le quedan 10
años de vida.
La
producción es maravillosa. Un París de finales del XIX muy idealizado pero
cuidado en los detalles.
Lo
que cuenta es cómo Edmond escribe Cyrano
de Bergerac, acuciado por deudas, presionado por Sarah Bernhardt
y con el compromiso de Coquelin de interpretarlo.
No
pretende ser fiel a los hechos. De hecho es bastante incorrecto en muchas
cosas. Es un homenaje a un escritor y a la obra de teatro más célebre en
Francia. Es de tono ligero, con mucho de comedia, llena de líos para conseguir
a los intérpretes, las modistas, la escenografía, con arreglos de último
momento… Tampoco es especialmente original en el modo de presentar la
inspiración de Rostand.
Pero
pese a sus defectos se ve con facilidad, tiene un colorido alegre, resulta ágil
y cumple con su misión de presentar la trama de modo divertido. Es una
iniciación a la obra teatral, un anzuelo para nuevas generaciones.
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