A
los 12 años, tras la muerte de su madre, Holly se volvió invisible. Desapareció
de la memoria de su padre y hermanos, nadie la veía, nadie la oía. Ha logrado
un trabajo como fotógrafa de escándalos para la prensa amarilla. Pero un día,
un ex luchador de lucha libre reconvertido en gorila de discoteca, la ve.
El
planteamiento me parece muy bueno. Alguien literalmente invisible para la
sociedad. Es una metáfora, un símbolo cargado de contenido. Ayuda el que
algunas cosas se expliquen y otras queden en el misterio. Las posibilidades son
muy amplias y se abre a interpretaciones.
Pero
no se puede olvidar una cosa: es cine americano. Y a la hora de la verdad,
cuando tiene que poner toda la carne en el asador, se vuelve desesperadamente
convencional.
Me
costó tragar que una propuesta tan sugerente tuviese ese final, tan previsible,
tan de manual, tan miserablemente académico. Todo muy explicado y todo encajado
para la resolución que hemos visto miles de veces.
Olivia Thirlby hace lo mejor que puede y Megan Fox lo de siempre. Empieza
bien y sigue la cuesta abajo.
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