Frozen fue una revolución para las niñas. Algo así como Black Panther para los
afroamericanos. Fue la alternativa a salir a las calles, tirar piedras a los
comercios y exigir un cambio social. ¡El poder para las niñas! Fue una locura,
una declaración de principios. Supongo que Greta Thunberg fue la única
que no la vio y por eso ahora anda en lo que anda.
Frozen II tenía que llegar. Forzosamente. Disney no
tiene ni idea del porqué de ese exitoso frenesí pero sí sabe una cosa: hizo
caja. Y Frozen II puede
reventar las taquillas.
Los
dibujos son espectaculares. Parece una perogrullada decirlo al tratarse de
Disney, pero visualmente es imponente. Un dominio absoluto para dibujar nieve,
hielo, tornados, fuego, viento, agua… Esas escenas de Elsa luchando con el mar
y la rotura de la presa son un prodigio técnico.
A
mí me sobran las canciones (y hay muchísimas), me sobra el puñetero muñeco de
nieve (qué pesado, sólo me pareció gracioso en la escena en que resume Frozen) y me sobran los fallidos
intentos de petición de matrimonio.
La
trama me funciona a ratos. Complican sin necesidad lo que debió ser más simple
y quedan cosas sin aclarar. Me gusta que la cuestión romántica se reduzca al
mínimo.
En
este caso habrá que preguntar a las críticas adecuadas: las niñas. Saber si
responden a la película, mejor, peor o igual que a la primera. Yo me quedo con
el apartado visual. Se han esmerado especialmente en los movimientos de Ana. Me
han parecido muy fluidos y naturales.
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