-¡Ia-ia-oh!
Imagínate
que en Downton
Abbey
hubiesen alquilado parte del terreno señorial para cultivar
marihuana y llevarse 5 millones anuales. Ese es el panorama que se
encuentra Edward cuando se convierte en Duque de Halstead tras la
muerte de su padre.
Es
un juego de muñecas rusas pero con criminales que
integra bien lo episódico con lo serial.
Debes un favor, robas un coche, pero en el maletero hay algo que no
esperabas, eso te lleva a otra cosa y luego a otra… Marihuana,
metanfetamina, estafadores, prestamistas, predicadores chalados,
ladrones de coches, cocaína, coleccionistas hitlerianos, boxeadores,
blanqueadores de dinero, Vinnie Jones. Y sí, duques y hasta una
princesa belga en el ajo. Toda
esa gente junta, revuelta y con armas.
Ritchie
no se corta: contrata a Giancarlo
Esposito
para el papel de un traficante que ha hecho millones con la
metanfetamina. Supongo que no lo llama Gus Fringe porque no tiene los
derechos.
Vinnie
Jones.
El papel de bruto de siempre pero con una cantidad de matices
sorprendente, con registros velados que nunca le habíamos visto. Le
han dado un buen personaje y se ha convertido en Geoff.
Es
entretenida pero
se queda lejísimos de la película original. Esos
juegos de montaje, ese p’atrás
y p’alante
que tanto nos gusta de Guy
Ritchie,
apenas tienen encanto y muy poco ingenio. Además comete el error de
muchos directores cuando se pasan a las series: quebrar el ritmo. A
Ritchie
jamás se le habría ocurrido en una película emplear tanto tiempo
en la tontería del baile del pollo. Aquí lo hace porque es una
serie y tiene muchos capítulos. Pero es un error ahí y siempre: el
ritmo es el ritmo y se hace pesada en ocasiones.
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