Hay
películas con un punto de partida potentísimo que luego se diluye
sin desarrollarse correctamente. En esta película ocurre lo
contrario. La base es bastante tonta (el modo en que los Servicios
Secretos mueven maletas) pero una vez aceptado pulpo
como animal de compañía
el desarrollo es buenísimo.
Alejandro
(Guillermo
Francella), piloto de aviación con un par de deslices (uno profesional y otro
amoroso), es presionado por los Servicios Secretos para que lleve
maletas a Madrid. La Policía Aeroportuaria, no comparte los
objetivos de los Servicios Secretos. Y Alejandro, cuanto más quiere
salirse del embrollo, más se enreda.
La
película tiene la sabiduría de las pelis clásicas: siempre hay que
tirar para adelante. No se estanca, no gira exclusivamente alrededor
de la propuesta original, se añaden más factores, entran otros
personajes, hay reacciones… La primera parte es bien distinta a la
segunda en cuanto a dinámicas. En la primera es el hombre corriente
aplastado por el peso del poder, en la segunda es el hombre que se
revuelve porque no tiene nada que perder. Y cuando crees que la parte
de fugitivo durará todo el metraje que resta, hay un nuevo giro, un
brinco hacia consecuencias emocionales, familiares, judiciales…
dramáticas.
Y
ahí no sabes lo que puede pasar. El guión es juguetón, se mueve de
continuo hacia nuevas tramas, nuevos enfoques, un nivel de crudeza
inesperado. Ahí hay un flashback
que me dolió por innecesario.
Me
fascinaron los breves momentos en que vemos la relación entre
Alejandro, el director de la Policía y la fiscal. Me habría gustado
mucho ver más de los tres.
Un thriller ingenioso, muy entretenido y con un final
redondo, es decir, no del todo perfecto.
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