-¿Me
harías una tortilla? ¿Por favor?
Vincent
es un ricachón en la cúspide de la tecnología. Un día su coche se
estropea en un valle perdido y es socorrido por un lugareño llamado
Pierre.
Y
ya está. Muy bien. Me gustan muchas cosas. Para empezar que no
confían. Se tratan con una distancia imponente. Llegará un giro y
entenderemos bastantes cosas. Lo segundo que me gusta es el guion.
Obviamente, está muy trabajado porque de otro modo no hay quien
sostenga una película de este tipo. Y el tercer protagonista: el
paisaje. Vaya localizaciones que se han buscado. La casa es una
maravilla. Cuarta cosa que me gusta: que no transcurre por donde uno
espera. Nada de buen rollito, comedia tonta,
choques culturales entre urbanita y rural…
Va
por otro lado.
La
película sí habla de algo importante. La felicidad, la no necesidad
de cosas materiales, la ausencia de tiempo para pensar, el fracaso de
la civilización en lo trascendente, la importancia de las relaciones
humanas, tenerlo todo y estar solo…
Se
evaden muy bien de lo teatral porque además de un buen guion hay
aspectos interesantes en la cinematografía: el acelerado montaje de
la secuencia de apertura (de lo natural y sencillo a lo complejo y lo
tecnológico); la entrevista que escuchamos antes de que ocurra
mientras nos ofrecen otras imágenes; algunos travelling
de cierta complejidad. Hay cosas como ese plano de los dos pares de
pies que dicen muchísimo.
Una
historia de dos hombres que esconden miedos y practican soledades.
Ambos tienen algo que aprender del otro, empezando por reconocer
quiénes son y qué desean realmente.
No
voy a decir en esta ocasión que le sobra el romance, pero sí
algunos minutos.
Si
quieres una película amable, con fondo, contemplativa y reflexiva,
aquí la tienes. Es bastante mejor de lo que me esperaba.
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