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veteranos negros regresan a Vietnam, 45 años después, para buscar el cadáver de
un compañero y repatriarlo. Y también para recoger el oro que dejaron
enterrado.
Spike
Lee es tan sutil como una patada en la cara. Pero también tiene cosas
interesantes. Es una película tremendamente irregular, amorfa, llena de
contrastes sin sentido. Tiene ideas brillantes y otras muy estúpidas. Momentos
inteligentes y otros muy locos. Y a medida que avanza la película cada vez más
locos. Su discurso critica tanto el racismo como el victimismo vacío al mismo
tiempo que cae en el victimismo. Y es excesivamente larga, con escenas
agotadoras que se hacen interminables.
La
primera hora es buena. Plantea bien las cosas y presenta cabalmente a los
personajes. Luego es un derrumbe en progresión geométrica. Llega un momento en
que es imposible saber qué quiere contar. La trama no fluye, se retuerce para
que ocurran determinadas cosas inverosímiles. A ratos es caótica, puro
capricho.
Sí.
Hay un nivel de locura a lo Apocalypse
Now y, más que una referencia, se convierte casi en plagio.
Escenas
como la de Black Lives Matter o discursos como los de Martin Luther King
y Muhammad Ali, son otros caprichos. Sin nada que ver con la trama y
hasta contradictorios.
Delroy Lindo, hay que admitirlo,
hace una interpretación que le pone en la lista de los Oscar. Andan por ahí
también Jean Reno y Mélanie Thierry en un reparto bastante
internacional.
También
tiene algunos fallos de raccord un
tanto preocupantes.
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