Hirokazu
Koreeda
en El tercer asesinato dio un
giro notable a su filmografía. Ahora da un paso más allá y no me gusta. Es un
regreso a los dramas familiares. Y, como siempre, despliega desde ahí los
problemas éticos que atañen a toda la sociedad. La diferencia es que esta vez
no se centra en una familia de clase media sino en las clases más
desfavorecidas. Y eso hace que las situaciones sean más traumáticas.
Es
una familia pobre que sobrevive con pequeños robos. Un día recogen a una niña
que es maltratada en su casa. Un acto de caridad emocional se convierte en un
secuestro. Pero hay en esa familia heridas profundas, trastornos secretos,
motivaciones ocultas en cada uno de ellos.
Koreeda se vuelve más amargo,
más desesperanzado. Temáticamente se aleja mucho de sus anteriores películas.
Si hasta ahora percibía la bondad y la esperanza intrínseca en los humanos,
ahora su percepción es más pesimista. Trata de expresar las consecuencias
brutales de la pobreza, de la falta de educación, de la ausencia de un entorno
medianamente seguro. La trama desvela progresivamente el empobrecimiento no
sólo físico sino también moral de esa familia y muestra que una familia no es
meramente el añadido de gente. Pero a veces es lo único que tienes.
Muy
dura, la más sórdida que el director ha realizado, con momentos realmente
descorazonadores.
1 comentario:
Gracias, Gustavo, espero que la próxima película tenga una luz más clara y esperanzada, como la de nuestra hermana pequeña.
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