-Toda
persona, ya sea un recolector de basura o un agricultor, tiene la oportunidad
de ser un artista cuando despliega sus propias habilidades subjetivas sin
restricciones.
Primera
parte. 1940 a 1945 en la Alemania nazi.
Eutanasia
y nazismo. Ahorrar dinero para que los hospitales atiendan a ciudadanos valiosos.
Una lágrima de la joven Elisabeth en el zapato del médico que decreta su
eutanasia. El bombardeo de Dresde y la eutanasia en montaje en paralelo. Pronto
los soviéticos deciden qué médicos nazis son valiosos. Eutanasia: eufemismo
para asesinato. Porque el que salva una vida salva el mundo.
Segunda
parte. Años 50 en la Alemania soviética.
El
artista, Kurt, sobrino de Elisabeth. Aferrarse a la verdad, la belleza y el
amor. No apartar la mirada. Kurt se enamora de la hija del médico que decretó
la muerte de su tía. Ahora el médico cambia la esvástica por la hoz y el
martillo, la eutanasia por el aborto. No quiere el material genético de Kurt en
su familia.
Tercera
parte. Años 60 en la Alemania occidental.
El
arte, la identidad. Quién soy. La experiencia que me hace único. La esposa, el
amor, los hijos perdidos y logrados. El pasado. Una búsqueda sobre el arte y la
libertad. Y sobre los monstruos que nos rodean.
Una
película de 190 minutos, de factura técnica impecable, intelectualmente sólida
y emocionalmente tirando a fría, como suele suceder con el cine alemán. Florian
Henckel redibuja, desde la perspectiva del arte, la historia que comenzó en
La vida de los otros, una
reflexión profunda de las catástrofes históricas y de lo que nos hace humanos.
Película
difícil por su metraje y contenido, ambigua a ratos, analítica con la sociedad
alemana. A ratos muy interesante. A ratos, por esa frialdad emocional, algo pesada.
Desde luego es cine fuera de lo comercial y, por suerte, arriesgado.
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