27/4/19

La importancia de llamarse Oscar Wilde


Otro biopic rutinario. En ocasiones anteriores el biografiado me interesaba poco. Pero Oscar Wilde es otra historia. A Wilde lo he leído y releído. Me lo he empollado. Especialmente su De profundis, su libro final, el que la gente no suele leer y el que la crítica no suele mencionar.
Supuestamente lo que Rupert Everett (director, guionista e intérprete) quería contar era eso: De profundis. Los últimos años de la vida de Wilde. Y no lo hace.
De profundis puede compararse a las Confesiones de San Agustín. Oscar Wilde, desde lo profundo, clama. Se confiesa, llora, se arrepiente, sufre, se justifica, se lamenta. Quiere su fama (dos pinceladas en flashback que no explican nada) y no la quiere. Quiere su hedonismo y no lo quiere. Una contradicción con patas, humana, caótica. Los dos años de cárcel (otras dos pinceladas) le han cambiado totalmente. Física, psicológica, moral y espiritualmente. Y lo cuenta desde lo profundo. La sacudida que para él supuso la lectura de lo que llama “esos cuatro poemas en prosa” (Evangelios), es el centro de sus últimos años. La búsqueda de Dios, su acercamiento al catolicismo (otras dos pinceladas), en una lucha compulsiva contra sus pasiones. El director, guionista, actor, ni se entera. No ve al hombre tras el dandy.
Quiero decir: el drama no está en la enfermedad, está en la mente y la voluntad.
Cuando acaba la película la certeza es absoluta. Oscar Wilde ha sido la trampa para hablarnos de lo que a Everett realmente le interesa: él mismo. Se interpreta a sí mismo. La película debería titularse La importancia de llamarse Rupert Everett. Un ejercicio de narcisismo. Pero a diferencia de Wilde él, en la aduana, no puede declarar su ingenio.

No hay comentarios: