-Encarcelar, v, tr. Liberar a alguien de la maldición de elegir.
Eso explica toda la película, creo yo.
La
historia de un tipo que quiere ir a la cárcel. Paga sus impuestos,
así que tiene derecho. La historia de un hombre en barrena depresiva
tras la muerte de su esposa embarazada que quiere que el mundo sea
cabal, justo, con sentido. Y, claro, no tiene suerte.
A
Cortés
le pasa algo con el nominalismo. Que si tiene importancia cómo se
llaman las cosas, que si importa cómo se pronuncia Händel…
Pero también con el existencialismo: creer o no en Dios, animarse o
no a matarse. Y con lo kafkiano, sobre todo muy kafkiano, por
supuesto, con ese entender la vida como un absurdo. Échale también
otro poco de nihilismo.
Y
con los siete enanitos. Porque hay que verla como un cuento en el que
pasan cosas que solo ocurren en los cuentos (ese túnel de la cárcel
es pasarse, ¿no?).
Anna
Castillo.
Más paciencia que una santa. Ha trascendido a un nivel de
indiferencia ante las imbecilidades que ya me gustaría tenerlo a mí.
La mejor. Y la más divertida.
La
primera hora me gustó mucho. Una comedia loca con un ritmo
impecable. Una vez que entramos en la cárcel me parece aburridísima.
Me encuentro cómodo con el absurdo inicial pero no me dicen nada las
historias de los presos ni entiendo a qué vienen los derroteros de
la trama. Interés nulo.
¿Lo
entendemos como eso que sucede cuando renunciamos a la libertad para
que el Estado decida por nosotros? Tal vez. Si es así, ahí estamos
todos. O casi.
Es
la peli que menos me ha gustado de Rodrigo
Cortés.
Quiero decir: se le ha ido la pinza más de lo recomendable. Lo
dicho: la parte kafkiana muy disfrutable. El drama carcelario es un
tostón con destellos visuales interesantes.
Y
estoico. Al final nos gustaría ser estoicos. Pero tampoco es eso.