Años
90.
Tadeusz Gadacz fue poli durante la era comunista. La caída de la
URSS supuso su despido. Pero era un buen policía y ahora, tras el
atraco a un banco, con tres empleadas muertas, le ofrecen la
posibilidad de volver a ser inspector si resuelve el caso en 15 días.
Le asignan a una joven llamada Janicka “Bolsillos”.
Y
la verdad es que Gadacz es un hacha. Al tercer día (30 minutos de
película) ya sabe quién lo hizo. Ahora se trata de buscar pruebas
mientras los criminales se van enredando en otras diligencias y
entendemos por qué hicieron lo que hicieron.
Lo
que más me interesó fue el uso de las “viejas
tácticas”
en la “nueva
democracia”.
Las leyes son nuevas pero todo el mundo tiene un pasado que esconder
y con el que se le puede extorsionar. En este aspecto me pareció más
sugerente la dinámica entre policías o políticos que la de los
atracadores. Los modos de hacer las cosas en los años hacia la
transición democrática son fascinantes.
La
trama derivará hacia problemas de aquella época: mafias rurales,
adopciones, privatización de bancos, ejército, nuevos negocios…
Me parece un poco apresurada. Se habla de demasiadas cosas. Es ágil
pero poco incisiva. La investigación a través de tantas situaciones
está bien montada pues se hace comprensible y tiene lógica, pero
quizá no eran necesarios tantos elementos.
La
cuestión es que el atraco se convierte en una excusa para mostrar el
panorama de los días posteriores al comunismo, un tapiz amplio pero
algo difuso.
Como
suele suceder con el cine polaco la fotografía es gris, dura. Le va
a la historia.
La
escena más poética: la bolsa con el cadáver y el ave de cetrería.
Bonito.
A
ratos me ha gustado mucho. Tiene cosas muy buenas pero trata de
abarcar demasiado.
Cuánto
frío pasa esa gente, leche.
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