Se
nota tanto la escasez de dinero que duele. La cuestión presupuestaria ya fue un problema en la segunda temporada.
¿Movistar tiene productos buenos? Sí. Pero todos, absolutamente
todos, están lastrados por la racanería. Que es la política de la
empresa en cualquier ámbito. La
serie parece de RTVE.
Y me da rabia que en la tercera temporada sigamos teniendo
una puesta en escena tan paupérrima.
Los
directores hacen milagros, la verdad. El asalto a la casa del
secuestrador es un travelling
que recuerda al Fukunaga
de True
Detective.
El director quería
algo así
pero Movistar no suelta un euro de más. Se queda en un quiero y no
puedo. Suerte, claro, que también tienen buenos guiones detrás.
Aunque
lo cierto es que,
en este final de serie,
hubo algunos clichés que no tuvieron las temporadas anteriores. Eso
se traduce en que ninguno de los personajes nuevos fue tan potente
como los que vimos otras veces.
Tacho.
Qué caras de pena pone. Sigue siendo un gran personaje que tuvo un
desarrollo bien elaborado. Sus reacciones, correctas o incorrectas,
siempre son muy comprensibles y lógicas.
Tomás
se hizo con un casoplón más grande y con mejores vistas que el de
Bosch.
También
me cansa
que este año toque
dar bombo al tema de la eutanasia. Pensé que ya habíamos tenido
bastante pero supongo
que esto aparecerá cada vez que un gobierno no quiera conceder
ayudas a enfermos de ELA u otras enfermedades.
Los
finales de ambos casos son satisfactorios, sobre todo la jugada post
mortem.
Pero
reconozcamos que quedan cabos sueltos.
La
serie merece un análisis más riguroso pero me irrita toda la
chapuza, la correción
política colateral y esos 25 minutos finales de pornografía
sentimental. Pudieron
usarlos para cerrar bien del todo la trama policíaca.
Pudo ser buenísima y terminó quedándose en correcta. Sin
más.
Movistar
tiene que meter dinero. Que lo tiene.
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