Me
gusta la secuencia de apertura. Modo de presentar los personaje y el
escenario. Ese plano que enfoca los contenedores del puerto desde lo
alto, anticipando el siguiente paso, la persecución, la aleatoriedad
de la vida: un accidente. Ahora Frank Shaw, policía, pierde audición
rápidamente.
Eso
de entrar al universo de la sordera tiene algunas ventajas: la
película casi se obliga a contar muchas cosas sólo con la imagen,
no con la palabra. Una testigo sorda y un poli casi sordo que tendrá
que hacer de guardaespaldas. Un dúo prometedor.
Después
se convierte en algo así como La
jungla de cristal
con menos espectáculo. Un edificio en remodelación, dos personas
sordas y un grupo de asesinos. La película procura dotar a los
protagonistas de un pasado, de ciertos traumas, de un conflicto que
se añade a la situación desesperada.
En
este tramo la historia cojea en ocasiones y, otras veces, tiene sus
buenas ocurrencias. Creo que dedica demasiado tiempo a comunicar la
idea de que los malotes son polis corruptos. No eran necesarias
tantas vueltas. Pero por otro lado funcionan cositas como
triquiñuelas de despiste, lectura de labios, comunicación
silenciosa por signos… O a la inversa: hacen ruidos sin ser
conscientes.
Maja
la secuencia del ascensor. Sobria, sin tonterías, verosímil. Bien construida.
Joel
Kinnaman
bien, como siempre. Está hecho para este tipo de personajes. Sandra
Mae Frank
tiene la química adecuada con él.
No
hay nada nuevo ni sorprendente pero el ritmo va creciendo conforme
avanza la trama y pienso que sirve para pasar un buen rato.
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