Segunda
escena: una mujer calza el celebérrimo look
de Audrey
Hepburn
en Desayuno
con diamantes.
Así que a mí ya me tiene ganado. Así de simple soy. Después me
cuesta entender por qué emplean tantísimo tiempo en presentar a esa
familia cuando pudo
hacerse en un par de minutos.
Está
mal contado. Pero la señora continúa luciendo el look
de negro y diamantes y yo le perdono todo.
Qué
inverosímil. A la mitad ya no hay por dónde cogerlo. La relación
casual de tres personas es absurda, la cadena de sucesos es
descabellada y, si te quedas, es por ver peleas y tiroteos de esos en
los que vale todo por incoherente que sea. Las persecuciones en coche
van en el lote. Pero tampoco hay tantas y no son para tanto.
Choca
también que haya escenas bestias (lo que un padre hace a su hijo)
con golpes de humor súbitos que no encajan en el contexto o dramas
de telenovela que sólo ralentizan el ritmo. Lo que pasó hace 15
años llega a ser empalagoso.
La
puesta en escena no es cutre, la fotografía está en su sitio y el
resultado es funcional. El guion es un desastre.
Es
uno de esos manuscritos
a medio cocer de
Luc
Besson
que
entrega a alguien para que lo dirija.
Pero
nadie se ocupa de cocerlo del todo, Besson
lo
produce y como
sabe engañar a un cinéfago debió aconsejar lo de Holly Golightly.
Y si encima te cuela un fragmento de La
casa de las dagas
voladoras
pues no puedo decir que sea mala del todo.
Aunque
lo sea.
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