1997.
Isla Martha’s Vinyeard. Los adolescentes temen la casa del viejo
Carruther. ¿Fue un ladrón, un espía, un asesino? Dicen que sólo
sale por la noche. Los chicos fisgonean alrededor, se adentran en el
jardín, salen por patas en cuanto lo ven. Pero ha llegado una bruja
a la isla y deberían temerla más. De hecho, tal vez Carruther
podría convertirse en su aliado.
Tiene
todo lo que debe tener una película de este género. Una aventurilla
con ligeros toques de terror, una historia nostálgica noventera, un
poco de investigación, un poco de magia, un mucho de amigos,
bicicletas y misterios. Y monstruos.
Este
tipo de cine, a poco que se esfuercen los responsables, siempre
funciona. No se convertirá en un clásico pero los engranajes están
en su sitio y no carece de unas cuantas buenas ideas.
Logran
bastante bien ese aire de cuento de hadas insertado en el mundo
moderno. La bruja que come niños… a su manera. La atmósfera es
muy universal: un pueblo en vacaciones escolares.
Los
chicos de la pandilla de Noah deberían estar más definidos, tener
más fondo. Y la pifia con la lectora
de cuentos (Lorraine
Bracco,
desaprovechada), en el teatro, deja al protagonista en un nivel de
tonto tan grande que es muy difícil volver a ponerse de su lado.
Mel
Gibson,
lejos de sus grandes papeles, sabe que está en una peli para jóvenes
y, en cualquier caso, cuando cuenta la historia de su hijo, tiene esa
intensidad tan suya.
Sencilla,
agradable, funcional, muy familiar. No es para los más pequeños
pero para casi todos. No es poco. También
pudo ser mejor, no digo que no. Obviamente no está a la altura de
Stranger
Things.
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