Lo
primero que me gusta es que se trata, probablemente, de la comisaría
del mundo que más se parece a una oficina de sheriff del antiguo
Oeste. Una reliquia de madera, perdida en las montañas, en la que,
precisamente, han robado armas la noche anterior. En esta antigualla
de edificio es donde Tabby, coja, con muleta, se queda sola cuando
llegan los malotes.
Tabby
tiene un montón de problemas y, además, un hijo tonto, mentiroso y metido en un lío.
Está
muy bien su control del ritmo. Planteamiento de la situación, un
tiroteo en una casa que seguimos por vídeo, en paralelo, con
llamadas de teléfono, conflictos menores diversos mientras crece el
conflicto principal… Han sucedido muchas cosas que nos mantienen
atentos antes de que comience el asalto en sí. Y una vez que empieza
está bien llevado.
Hay
un par de secuencias muy yanquis con las que alucinas: esos vaqueros
que por tener armas creen que pueden con todo y arreglarlo a tiros.
El
porqué del asalto a la comisaría lo descubriremos en mitad de todo
el lío, después de apuntar en direcciones distintas, cosa que
también está bien. El drama madre e hijo me sobra.
Me
recordó un poco a Juego de asesinos (Copshop)
aunque las comisarías no pueden ser más distintas. Una vez más se
confirma que el animal más peligroso del mundo es una madre.
Hizo
falta una pila de muertos para que renueven la comisaría. Que falta
hace.
Y
sólo dura 80 minutos.
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