1991.
La Unión Soviética ha caído. Ruth (Lena
Dunham)
viaja a Polonia para conocer el lugar donde se crió su padre,
superviviente
del Holocausto.
Su padre, Edek (Stephen
Fry),
decide acompañarla a
regañadientes.
Pero más que hacer de guía parece sabotear
el viaje a cada paso.
Me
ha parecido una historia muy triste.
Al
principio tiene una apariencia liviana, superficial, por esa relación
entre padre e hija. Pero el fondo, el retrato de la Polonia devastada
y las angustias de la vida diaria, es deprimente.
Es
un ejercicio de nostalgia a lo bestia. Impacta precisamente por los
pequeños detalles: un sofá o una tetera adquieren una relevancia
enorme. El pasado perdido no sólo es memoria, se hace presente y
evidencia lo que pudo ser y no fue.
Es
muy interesante cómo la hija quiere conocer su origen, de dónde
viene, encontrar la pieza que le falta. El padre, sin embargo, desea
mantener intactos sus recuerdos, no quiere revivir las cosas.
Pero
hay más cuestiones. Traumas, miedos, divorcio, confusión… La
muerte de la madre. Paisajes fríos y grises. La visita a Auschwitz.
Me
sorprende el pulso de Julia
von Heinz
en la dirección. Era tentador deslizarse a la comedia en los
momentos más ligeros o volverse trágica en los dramáticos. Pero
siempre se modera, la cámara sabe moverse con ligeros travelling
o con discreta cámara al hombro, enfocar el detalle necesario. Al
final se pone sentimental y eso le hace perder puntos.
En
conjunto me parece bastante buena. Dos buenos retratos psicológicos,
con el rastro de la historia al fondo.
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