Hace
unos días terminó la Olimpiada de ajedrez. Uno de los momentos
cruciales fue el enfrentamiento entre Israel e Irán en el torneo
femenino. Que no se produjo porque el gobierno iraní prohibió a sus
chicas participar.
Eso
mismo es lo que cuenta Tatami con el Campeonato
Mundial de Yudo.
Decir
que la fotografía en blanco y negro es una maravilla resulta casi
una tautología porque cuando los directores optan por
ello, y en formato 4:3, es porque saben lo que quieren y saben hacer
bien su trabajo. Aquí no hay medias tintas: se rueda en blanco y
negro, luz y oscuridad, bien y mal, libertad contra tiranía,
individuo contra un gobierno de perturbados mentales. Pero
es que además está muy bien planificada, con ideas visuales
interesantes y movimientos de cámara con mucho sentido.
Muy
elegante.
Las
interpretaciones de las dos actrices también impactan: la yudoca
Hosseini y la entrenadora Ghanbari. Están muy bien reflejadas las
disensiones y los comprensibles puntos de vista diferentes. También
impacta la otra lucha: las presiones del régimen iraní sobre las
familias.
Logra
una tensión y un ritmo traumático. Hay unas cuantas escenas
poderosas. Quitarse el velo que te cubre la cabeza: qué simbólico,
qué sobrio, qué épico. La decisión de darlo todo, de entregarlo
todo. El marido, que tío más majo.
El
Líder Supremo: un sistema que ve a los ciudadanos como herramientas.
Me
gusta muchísimo su final. Una
forma estupenda
de representar la lucha de un país consigo mismo, las
contradicciones y choques internos de una nación.
Muy
buena película.
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