Atilio
se escapa una noche del geriátrico para ir al cementerio a ver a su
esposa. Le acompaña Beto, capaz de abrir cualquier cerradura. Atilio
piensa que lo mejor es suicidarse así que pide a su esposa una señal
por la que deba seguir viviendo.
Atilio
y Beto descubren esa noche algo turbio relacionado con una funeraria.
Me
encanta Claudia
Lapacó,
Doña Rosa, que fuera bibliotecaria. Inteligente, inquisitiva,
fisgona. Enseguida ve que los dos hombres guardan un secreto y los
espía. La
cámara la muestra en un plano aparte tras cerrarse la sesión de un
ordenador, en profundidad de campo, haciendo que pasaba por ahí… Y
es la que les hace poner los pies en el suelo.
Y
como son argentinos la picaresca salta enseguida. Cómo robar a un
ladrón.
Aquí
hay dos partes. La primera, el atraco, me gustó: es un plan
sencillo, verosímil, con su punto de comedia. La segunda parte, las
consecuencias del atraco, es otra historia. Ahí se pasan tres
pueblos.
Su
virtud es su defecto: la película avanza al ritmo de los ancianos.
Idas y venidas a ritmo cansino. Es desesperante ver a Beto caminando
por los pasillos, abriendo una cerradura con su pulso tembloroso. El
montaje pide algo más dinámico.
Esta
Operación Caballo de Troya es
buena idea, hay mimbres para algo potente pero el guion se queda un
tanto raquítico. Dura 75 minutos y aún así se le pudieron hacer
recortes. Y,
aunque sea una película con ancianos, no significa que su estilo
deba ser viejuno. La música es un horror.
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