Es
verdad que pagamos por ver a Helen Mirren y Ian McKellen. Pero,
caray, también podía haber detrás una película, ¿no?
Un
anciano estafador ha puesto en su punto de mira los 3 millones de libras de una
anciana viuda. La cuestión, obviamente, es saber contarlo. El modo, las
maneras, el estilo, el juego del engaño. Y, definitivamente, esta no es la
manera.
Es
significativo que en la doblez de la narrativa no conozcamos los motivos y la
historia que hay detrás. Y, sin embargo, sepamos qué va a pasar. Helen
Mirren y Ian McKellen son capaces de forjar en tres segundos una
escena de terror, una romántica en cinco y el suspense en siete. Luego viene el
guión, la dirección y el montaje y lo destruye todo.
No
hay sorpresa. Ninguna. Sabemos lo que va a suceder en todo momento. Las
explicaciones, cuando llegan, no pueden importarnos menos.
Me
gustó que fueran al cine a ver Malditos
bastardos.
Decepcionante.
Una estafa. Ambos merecían una película mejor.
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