A
Totò Riina se le va la pinza y comienza a eliminar a los competidores. Tomasso
Buscetta se oculta en Brasil bajo el nombre de Roberto Felici. Allí le detiene
la policía brasileña que utiliza métodos bastante espeluznantes. Espeluznantes
incluso para un mafioso como Buscetta. Es el primer paso para convertirse en el
primer mafioso que traicionará a la Cosa Nostra.
Hay
escenas buenas, escenas fuertes. El contador que cuenta decenas y luego
centenares de muertes, los dos helicópteros en paralelo, ese sueño en que ve su
propia muerte…
La
cuestión es que tiene buenos momentos pero el conjunto se resiente. La película
carece de habilidad para sintetizar. Hay muchos nombres, personajes,
situaciones. Parece un collage en el que no se ha hecho un esfuerzo de síntesis.
150
minutos son excesivos. Da demasiado metraje a cosas no demasiado importantes
(el careo con Pippo Calò termina por hacerse aburrido, como gran parte de los
juicios) y le falta adentrarse en la psicología del personaje. Vemos algo de su
paranoia en Estados Unidos y algo de su lealtad a Falcone cuando vuelve a
Italia, tras el asesinato del juez, para declarar contra Riina.
Me
interesó más el relato de cómo, al margen de los muertos por armas, muchos
hijos y familiares de mafiosos murieron por la heroína con la que ellos mismos
traficaban. Fue un detonante fundamental por el que algunos, en la Cosa Nostra,
se dieron cuenta de que aquello se les había ido de las manos. Y empezaron a
hablar.
Irregular,
embarullada. Más una cronología sin depurar que un retrato de Buscetta.
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