El
detective Zhang no logró resolver un caso en el que dos compañeros murieron. 5
años después es alcohólico y vigilante en una fábrica. Por ese orden. Pero el
asesino regresa y Zhang trata de encontrar la verdad por su cuenta.
El
cine social chino me deprime porque no puedo entender que mil y pico millones
de personas sigan viviendo en el comunismo. Algo que debió haber terminado hace
dos siglos. No sé. Es como si te dijeran que mil millones de personas viven aún
en falansterios o en el feudalismo.
Aquí
el retrato está muy pegado a lo social pero, por suerte, interesa más la trama
policiaca. Es una narración que no pone las cosas fáciles al espectador, no le
explica las cosas, salta bruscamente de una escena a otra, deja que deduzcamos
lo que ha pasado. Eso me parece muy bien. Además hay cierto cuidado por la
estética, incluso retratando el feísmo que acompaña a esa sociedad de cosas
rotas, descuidadas, los objetos como metáfora de las personas, retales mal
cosidos que se suman a otros remiendos anteriores.
Hay
de fondo, una ambigua trama romántica, soterrada, jamás explícita. Un juego de
mentira y verdad, interesante para contemplar desde ese final, tan desolador
como, a su modo, bello.
No
es una historia de suspense al uso. No se apoya en estereotipos. Ciertamente un
cuento triste tan negro como el carbón.
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