Colaboración
entre la policía gallega y la portuguesa. Y se habla en gallego y portugués.
Así que los subtítulos son necesarios. El gallego todavía se entiende. El
portugués ya sabemos que nos cuesta mucho a españoles.
El
primer capítulo es pausado. Un chico portugués, Paulo, se suicida en Vigo. O
eso parece. Me refiero al suicidio. Que es Vigo está claro. Aunque supongo que
un gallego también lo cuestionaría. Es un capítulo que se dedica, sobre todo, a
presentar a los personajes.
En
el segundo descubrimos la trama. La ruta de las armas de Lisboa a Congo pasa
por una empresa de Vigo cuya tapadera es el agua seca.
La
historia es bastante convencional. Se mueve en parámetros bastante previsibles.
No aporta gran cosa al género. A su favor está esa internacionalidad de la
producción y que se muestra hábil para narrar acontecimientos de tres países
con un presupuesto bien escaso. Además la resolución de asesinatos está muy
vista y aquí el plus del tráfico de armas aporta un toque de interés. El final
no es del todo feliz, así que bien también por correr ese riesgo. Los seis
capítulos, sin excederse con cosas superfluas le vienen muy bien.
Está
descompensada la parte portuguesa de la gallega. Hay mucho más de Galicia que
de los vecinos lusos.
Me
gustó ese poli seguido por un delincuente seguido a su vez por un poli. No se
ve eso muchas veces. Y el pobre Fran, tan inteligente y tan ingenuo, la cara de
espanto cuando ve el trapicheo.
Una
pega: la gente va de Vigo a Lisboa (y viceversa) tan rápido como los cuervos de
Juego de Tronos. Y, oye, que 4
horas largas no te las quita nadie. Con peajes.
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