A
veces uno ve una peli tan mala que no quiere comentarla para evitar
machacarla. Otras veces uno ve una peli tan buena que no quiere
comentarla para que todo sea fresco para el espectador. Ésta es una
de esas películas en las que no quiero ni ofrecer mi
interpretación, cómo veo las relaciones simbólicas del montaje,
cómo voy descubriendo el cruce emocional de los personajes.
No
quiero ni contar de qué va.
Veremos
cómo se disecciona una familia. El padre ausente, la madre como eje,
la relación de las hermanas, la de cada una de ellas con el padre…
Ataques de pánico, alcohol, miedo. Vulnerables. Ira, frustración.
Soledad.
Me
parece una idea fabulosa comenzar con ese relato desde el punto de
vista de la casa: ¿qué le gustaba más a ella?
Joachim
Trier escribe y dirige. Escribe muy bien y lo eleva con la
dirección. Una escritura detallista, minuciosa, que no se pierde en
vaguedades gracias a ese montaje de chasquidos. Una vez contado lo
esencial, saltamos a otro momento. A veces hay un entrelazamiento
emotivo, simbólico, consecuente entre planos. Otras veces son un
choque. A veces se imbrica con el proceso creativo, con la
exploración artística, como una catarsis o un rezo desesperado.
La
incursión de una extraña en la familia. En las grietas de la
familia, en las de la casa que lleva generaciones aposentándose.
-Maldita
sea. Es Rachel Camp.
La
actriz suplente, la mirada de la hija suplantada, la mirada admirada
de la otra hermana. Pero las primeras impresiones no son las que
cuentan.
Entre
el drama hay algún glorioso golpe de humor. El taburete.
Qué
contundente final. Así se redondea una gran película para hacerla aún
mejor.

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