No
me lo esperaba, la verdad. Sí esperaba los tiroteos, persecuciones,
peleas… Lo clásico de un film hollywoodense. Pero hay un añadido
de realismo, de crudeza, que no me esperaba. De profundizar en la
angustia vital de una niña desesperada que pierde todo. Empezando
por sus padres. No pasan por encima para saltar a la acción. Dejan
que el desconcierto y el dolor de ella nos calen hondo antes de
lanzarnos a la locura.
Polly
vive con su madre y padrastro. Su padre acaba de salir de la cárcel
y pasa por el colegio a recogerla porque los progenitores citados en
primer lugar han pasado a otra vida.
Traficantes
de droga y polis corruptos van a por Polly y su padre Nathan. En la
cárcel Nathan no hizo los amigos adecuados o, por mejor decir, usó
los amigos que le resultaban adecuados. Ahora eso se ha acabado.
Que
Taron
Egerton
es un actorazo ya lo sabíamos. Pero es asombroso cómo esa niña le
acompaña: llanto, desesperación, ira… Vaya cantidad de registros,
qué control de la expresividad. Ana
Sophia Heger.
Te la crees. No hay nada falso en sus reacciones.
Nick
Rowland
dirige con contundencia, espectacular cuando es necesario, pero sucio
y desgarrador en todo momento. Se desliza al otro lado de las
historias de vengadores, al lado de la realidad, ese lado en el que
las cosas no pueden salir bien y sólo pueden acabar de una manera.
Muy
buen ritmo y una banda sonora envolvente, más melancólica que
inquietante, como anticipando el futuro.
El
último plano es la vida misma y duele un montón.

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