No
sólo de Godzilla y King Kong se
alimentan los kaijus japoneses. O tal vez sí porque, en el
fondo, era el mismo perro con distinto collar.
Sanda
es un simio criado dentro del proyecto Frankenstein. Aunque
relativamente bien tratado por los humanos decide largarse a la
montaña. Sin embargo surge del mar otro como él en versión
malvada: Gaira.
Ahí
va algún despiece de la trama pero créeme que es lo de menos. La
película tiene una cosa muy mala y otra muy buena. La mala es el
guion. Y no es necesario profundizar. Salta a la vista que al
director le importaba un bledo lo que el texto escrito dijera porque
él iba a hacer una sucesión de escenas sí o sí. Las tenía en la
cabeza y si el guionista lograba hacerlo coherente, bien. Y si no,
también.
Lo
bueno es que estamos en 1966 y la calidad visual de efectos
especiales es imponente. Te hace cuestionar seriamente en qué
desperdician los millones hoy en día todas esas pelis basadas en
efectos especiales.
Con
dos tíos disfrazados, maquetas y una habilidosa planificación en
profundidad sorprende lo verosímil que resulta. La escena de
apertura, un kraken contra Gaira es fabulosa (recuerda: 1966).
Técnicamente parece 20 años adelantada a su tiempo. Añade unas
cuantas escenas de caos de masas y destrucciones varias (bosque y
ciudad) y tienes un producto muy disfrutable.
Eso
sí: sin guion. No se te ocurra prestar atención al guion.

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