Ya
he dicho en múltiples ocasiones que los belgas son los humanos más
raros de este planeta, con procesos mentales diferentes a los del
resto. No tienen las mismas reglas, lógica ni reacciones.
Buena
prueba es esta película de producción belga, dirigida por la dupla
de franceses Hélène Cattet y Bruno Forzani. Una cosa
hay que reconocerles: se han dejado la salud en el montaje. No quiero
ni pensar en las horas que ha tenido que llevarles.
Es
una película totalmente onírica. Entramos en la mente de un anciano
espía retirado (o eso se cree él) y retrocedemos a su juventud tal
como se la ha fabricado en la memoria: heroica, hedonista, lo más,
un perfecto 007. Pero siempre le faltó descubrir quién era
Serpentik, la mujer fatal tras la máscara.
Surrealista,
experimental, anárquica… La mente de Diman divaga, mezcla,
retrocede, avanza… Los directores no dejan recurso sin emplear,
desde las viñetas de cómic a esos delirios psicodélicos de los 60.
Hay ocurrencias loquísimas como el anillo-ojo, el hipnotista, el
vestido de espejuelos, las uñas-sable… Un repertorio de gadgets de
los que Q. estaría muy contento. Colorista, frenética, interesante
en sus inicios y, forzosamente, plúmbea cuando sigue la
persistencia en esa extraña ensoñación.
No
les quito la originalidad de la propuesta. El problema es que está
absolutamente vacía. El guion es nulo. Sabemos desde casi los
inicios que quizá todo lo que vemos es fantasía, que todo puede ser
falso. Los directores no se molestan en darnos un anclaje. Podemos
-puedes- elucubrar teorías pero no hay una base sobre la que
hacerlas consistentes.
Arriesgada,
potente visualmente, agotadora a medida que avanza. Más experimental que narrativa. Un exceso sólo
para cinéfilos. Demasiado extravagante con sus buenos momentos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario