Abrimos
la película con una secuencia para mostrarnos al malo (Jordi
Mollá).
Bien llevada, pienso. Luego se estropea con una pelea simplona pero
no importa. Ya sabíamos que el tipo iba de duro.
Luego
aparece Mel
Gibson
y su hija. La idílica vida en los bosques del republicano cazador,
rezador, con muchas armas, arréglalo tú mismo mientras miras pelis
del Oeste o lees novelas de Louis
L’Amour.
A partir de ahí sabes que todo van a ser clichés y en dónde tienes
que situarte. Porque si no te has situado es mejor que lo dejes.
Aparece
una chica herida de bala junto al río y Bowdrie y su hija Tag
intentan curarla.
No
es difícil seguir la línea de puntos pero me parece bien cómo van
desarrollando las animaladas del malvado Alejandro. Es cruda, tal vez
demasiado para una historieta de este estilo,
pero en su mayor parte resulta plenamente coherente.
La
dirección de fotografía es rara, demasiado bonita, con ese aura
dorada del bosque y la casa y la niebla. Casi como de cuento.
Me
gustó una cosa: la cortadora de césped. Parece mero relleno pero es
una pistola de Chéjov: al final tiene su función. Me hizo mucha
gracia el regreso de la camioneta llena de gente hecha polvo.
Una
de violencia catárquica en el momento oportuno no hace mal a nadie.
No la retendrás mucho en la memoria pero entretiene mientras la ves.

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