Hace
nada elogié
lo bien que matan los ingleses. Pero, claro, no al 100%. Hay veces
que la pifian a lo grande como cualquier otro. Empecé a verla porque
un par de detectives de la Unidad
de Delitos contra el Patrimonio sonaba
algo distinto a lo habitual. Tras el primer capítulo supe que no
daba para gran cosa, pero como mi territorio es el Arte quise seguir
por ver las posibles variaciones.
No
es que los casos sean sosos. Admitamos que tras siglo y pico de cine
es difícil innovar en resoluciones
sorprendentes. El problema es que la pareja de polis, Mick Palmer
(Stephen
Moyer)
y Shazia Malik (Nina
Singh)
son, básicamente, muertos vivientes. Pero es que además todos los
secundarios tienen la misma personalidad que ellos. Como muy
británica:
sosos, flemáticos, esnobs.
No
hay química. No hay nada que nos preocupe o interese de ellos.
El
último capítulo amaga con un doble caso. Uno de ellos afecta al
protagonista de modo personal. Estás esperando algo con más ritmo,
más intenso, con un gancho que te anime a ver la segunda temporada.
Bueno. Lo resuelven en 6 minutos y a otra cosa.
Floja.
Guiones inanes. No tiene futuro.
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