29/1/22

Belfast

-En Irlanda nacemos para emigrar. De lo contrario no habría tabernas en el mundo.
Kenneth Branagh escribe, dirige y lo da todo. Qué comienzo. Secuencia en color del Belfast contemporáneo, la cámara se acerca a una tapia, se alza y pasamos a blanco y negro. Estamos en 1969. Los niños juegan a matar dragones. Buddy tiene un escudo, la tapa de un cubo de basura. Y estalla una revuelta. El fuego imaginado de los dragones se convierte en fuego real y su escudo ya no resulta tan fiable.
Lo demás es una composición de pinceladas, anécdotas, minucioso detallismo, planos muy pensados, que construyen la atmósfera cruda, hermosa, violenta y nostálgica de las luchas entre católicos y protestantes. Barricadas en las calles, juegos, bailes, miedo, tensión, el cuelgue por una niña, travesuras.
El cine nos ha servido muchas historias sobre el conflicto de Irlanda del Norte. Pero ésta cala hasta los huesos, diferente a todas las demás, centrada en las pequeñas cosas para hacerla universal. Todo observado desde el punto de vista de un niño confundido que no quiere ir a Inglaterra para no tener que hablar raro.
Kenneth Branagh construye una potente semi-autobiografía. Emocional, bien medida, inteligente en los recursos a emplear.
Qué bien dibujados los personajes con un par de trazos. Impagables los abuelos.
Y el cine que lo marcó siendo niño. Hace un millón de años, Chitty Chitty Bang Bang y las muy oportunas El hombre que mató a Liberty Valance y Sólo ante el peligro. La escena climática tiene mucho de duelo de western.
Curioso. Las dos mejores películas en lo que va de año son en blanco y negro.

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