Mi
interés por la F1 es tanto como por el fútbol: ninguno. ¿Siento
emoción, tensión en las carreras? No. ¿Me sube el ritmo cardiaco
en las curvas o por ver quién gana? No. ¿Me hundo en el asiento
como si realmente me sintiera aplastado por 5g? No.
Soy
totalmente inmune a la adrenalina del motor.
Creo
que no hay ni una sola escena que no sea un cliché. Es una película
de superación deportiva compuesta con retazos de otras. Cliché,
tras cliché, tras cliché. Incluso fuerzan la estructura para meter
más clichés.
El
tipo caído en desgracia que viene a por su resurrección, el chico
negro que lo ha tenido difícil, la mujer ingeniera que lo ha tenido
difícil, el jefe con pasta dispuesto a arriesgarlo todo…
Accidentes, obstáculos externos, peleas internas. Has visto esta
historia en boxeo, hockey, hípica, baloncesto, fútbol americano,
béisbol...
Pero
ninguna de ellas estaba interpretada por Brad Pitt, Javier Bardem,
Kerry Condon. En serio. Los ves a los tres, juntos a por separado
(mejor en parejas o trío, la verdad) y te los crees. Sin poner
especial empeño. Están muy lejos de sus mejores papeles pero crees
que se han dedicado a eso toda su vida. Ah. Y Kim Bodnia.
Y
de eso se trata una buena interpretación. Pero voy a insistir: son
clichés y, en mi opinión, con un guion mejor escrito, menos
preocupado por lo comercial, se podría haber logrado un resultado
mejor. Cinematográfico, desde luego. La taquilla confía en tener
todo el veranito para arrasar.
Para
todos los aficionados a la F1 será también un aliciente ver los
cameos de todos los corredores reales.
La
verosimilitud es tan nula como la de Top Gun. Y a nadie le importa.
Un
entretenimiento eficaz, sin ninguna trascendencia pero te comes las
innecesarias dos horas y media sin aburrirte y cumple con su claro
objetivo: hacer dinero.
La
única duda es. ¿Hará tanto dinero como para que exista una segunda
parte Baja 1000 o Rally Dakar?
-El
dinero no importa.
-Entonces,
¿por qué lo haces?
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