Mi
profesor de Historia del Cine consideraba que no existía cine
estadounidense porque los medios de producción no estaban en manos
del proletariado. Ya había caído el Muro pero él seguía atascado.
Eso significaba que Cine, lo que se dice Cine, existía, casi
exclusivamente, en la Unión Soviética.
Gracias
a semejante majadería vimos muchas películas de las que, de otro
modo, nunca habría sabido. Y hay mucho cine bueno en el horror
soviético. Tanto como en cualquier otra cinematografía.
Cuando
pasan las cigüeñas
es extraordinaria.
Veronica
y Boris. Novios. II Guerra Mundial. Boris se alista, que es lo que
debe hacer todo buen soviético. No se alista Mark, primo de Boris, y
aprovecha para mosconear alrededor de Veronica.
Picados,
contrapicados, travelling en espiral por el hueco de la escalera,
travellings entre la multitud… En fin, lo que hacen con la cámara
en 1957 es alucinante.
Nos
acercaremos al frente de batalla una sola vez para presenciar un
acontecimiento decisivo, pero nos centramos en la retaguardia,
siguiendo a Veronica, los bombardeos, los refugios en el metro, las
inesperadas muertes civiles y, sobre todo, la falta de noticias, no
saber dónde están aquellos a los que se ama. La confusión
emocional, los destrozos de la guerra en olas de consecuencias.
La
fotografía es también imponente. En blanco y negro, jugando con la
arquitectura constructivista, los paseos entre erizos checos
antitanque, la luz de los bombardeos en la noche… el hospital de
Siberia.
Una
película con un guion de hierro en que cada escena cuenta, está ahí
por algo, tiene peso dramático. Ardilla: apodo, muñeca, símbolo.
Debería
tener más reconocimiento porque su calidad está muy por encima de
lo normal. Es un peliculón de los grandes.
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