26/6/25

Cuando pasan las cigüeñas

Mi profesor de Historia del Cine consideraba que no existía cine estadounidense porque los medios de producción no estaban en manos del proletariado. Ya había caído el Muro pero él seguía atascado. Eso significaba que Cine, lo que se dice Cine, existía, casi exclusivamente, en la Unión Soviética.
Gracias a semejante majadería vimos muchas películas de las que, de otro modo, nunca habría sabido. Y hay mucho cine bueno en el horror soviético. Tanto como en cualquier otra cinematografía.
Cuando pasan las cigüeñas es extraordinaria.
Veronica y Boris. Novios. II Guerra Mundial. Boris se alista, que es lo que debe hacer todo buen soviético. No se alista Mark, primo de Boris, y aprovecha para mosconear alrededor de Veronica.
Picados, contrapicados, travelling en espiral por el hueco de la escalera, travellings entre la multitud… En fin, lo que hacen con la cámara en 1957 es alucinante.
Nos acercaremos al frente de batalla una sola vez para presenciar un acontecimiento decisivo, pero nos centramos en la retaguardia, siguiendo a Veronica, los bombardeos, los refugios en el metro, las inesperadas muertes civiles y, sobre todo, la falta de noticias, no saber dónde están aquellos a los que se ama. La confusión emocional, los destrozos de la guerra en olas de consecuencias.
La fotografía es también imponente. En blanco y negro, jugando con la arquitectura constructivista, los paseos entre erizos checos antitanque, la luz de los bombardeos en la noche… el hospital de Siberia.
Una película con un guion de hierro en que cada escena cuenta, está ahí por algo, tiene peso dramático. Ardilla: apodo, muñeca, símbolo.
Debería tener más reconocimiento porque su calidad está muy por encima de lo normal. Es un peliculón de los grandes.

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