Y
así es la serie. Una rareza, con muchos elementos atípicos, pero
creíble. Al menos parar mí. He visto que a algunos no les convence
cierto pequeño añadido. Bueno, está bien, un giro muy loco. Un
cambio de género que llega al final del capítulo 6. Lo entiendo
como una moraleja: hasta la persona más buena del mundo puede
corromperse, volverse violento. En un mundo como el nuestro todos nos
manchamos. Pero, claro, tal vez no hacía falta un bombazo tan
brusco.
Una
chica desaparece. A los padres les parece de lo más normal. El
abuelo, un productor de cine, contrata a John Sugar para que la
encuentre.
Me
gusta su aire clásico. Pese a sus rarezas y a estar ambientado en la
actualidad, su estilo es muy de cine negro de los años 50 y 60.
Después, a tenor de lo dicho, está ese montaje que hará las
delicias de cualquier amante del cine. Hay decenas de fragmentos de
películas clásicas, insertados repentinamente para continuar el
diálogo, apoyar una conversación, darle más sentido a una escena,
jugar en paralelo, jugar en plano y contraplano… Los
sobornados,
Johnny
Guitar,
Gilda,
El
extraño amor de Martha Ivers,
El
crepúsculo de los dioses,
Asalto
y robo de un tren
(1903), Vértigo,
La
noche del cazador…
Sólo por ese montaje a mí ya me merece la pena.
Añado
que los capítulos, de una media hora, son perfectos para mantener el
ritmo. No es frenético, apoyan la tensión.
Colin
Farrell
está muy bien en su papel. Cuando sabemos todo sobre él tiene mucho
sentido que sea cinéfilo, que se quede con secuencias grabadas en la
memoria y que ese cine configure su forma de ser, fundamente sus
principios morales. Y redondea esa actriz que se mueve como pez en el
agua en cualquier sitio que la pongas: Amy
Ryan
(¿será la mujer fatal?).
Podría
recomendarla a gran parte del público, indudablemente si eres
cinéfilo. Pero está ese giro que quizá rompa muchas cinturas. A mí
el giro no me dice mucho (ni para bien ni para mal), pero la serie en
su conjunto me ha gustado bastante.
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