Se
estrenó la semana pasada pero ya no hay forma de seguir el ritmo
semanal.
Shenxiu
vive con su padre. Ahora tiene una nueva mamá y un nuevo hermano.
Pero Shenxiu echa de menos a su verdadera madre. Durante un crucero,
arrebatada por las olas, acabará en el
extravagante restaurante del cocinero
NanHe
de Mar Profundo.
La
historia recuerda en muchas ocasiones a El
viaje de Chihiro.
He llegado a entender bastante a Miyazaki,
sus símbolos, sus temas, sus recurrentes obsesiones. Pero esto es
una nueva mitología, de otro director, de otro país (China) y
muchas cosas se me escapan. Es difícil adentrarse en la simbología
de esos peces, esos monstruitos marinos, el Fantasma Rojo (la
sudadera, el miedo, la inseguridad), el Mar Profundo.
Es
complicada en sus interpretaciones y también cuesta seguir su ritmo
porque, indudablemente, a cada secuencia le sobran varios minutos. Se
exceden en metraje porque se exceden en virtuosismo. Técnica y
visualmente es una película portentosa, un delirio de color, un
dominio increíble de la animación, con secuencias complejísimas en
las que se mueven decenas de elementos y que precisan ser animados
con coherencia. No creo que ni Disney ni Pixar hayan llegado a
realizar antes secuencias tan elaboradas, tan apabullantes. Pero sí:
les sobran minutos en cada subtrama.
La
historia tiene un tono de tristeza permanente. La pena de Shenxiu, la
ausencia de la madre, impregna cada fotograma. No
es muy para niños.
Visualmente
fascinante pero el guion necesitaba algo más que dar vueltas sobre
sí mismo. Pese a todo, insisto, las
pegas que le puedo poner son principalmente culpa mía porque no
he entendido gran parte de sus elementos alegóricos.
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