Ayer
hablaba de las ideas que había detrás del cine de acción y comedia de Buster
Keaton. Esta nueva entrega de Fast
& Furious (como la mayoría de las anteriores) certifica todo lo que
está mal en gran parte del cine de acción y comedia actual.
Buster te sorprendía cuando
tiraba un tren de un puente porque lo tiraba de verdad. Sus hazañas se basaban
en ideas calculadas minuciosamente y, por muy locas y calculadas que fuesen,
eran posibles.
En
Fast & Furious todo está
tan exagerado por los efectos especiales que la emoción es nula. Si alguien se
enfrenta por primera vez a una peli de Buster descubrirá que, lo que
allí sucede, es imprevisible. Los espectadores se sorprendían ante lo
inesperado de las resoluciones. En Fast
& Furious sabes lo que va a pasar a cada segundo. Por muy descabellado
que sea no te sorprende y, sobre todo, no te lo crees.
Antes
del título, en 9 minutos, ya ha habido 3 peleas distintas. Y ninguna original.
Ni siquiera lo es que Idris Elba aparezca en plan Terminator porque, tío, ya hemos
visto Terminator y es mejor. Y
que arrastren a un helicóptero con un coche no tiene mérito alguno pues ya lo
habían hecho con un avión hace años. Que lo haga un hombre ni siquiera es
espectacular. Es estúpido. Bueno, también lo otro, pero la suspensión de
incredulidad tiene un límite.
A
estas alturas de la saga los únicos que se divierten son los actores y ni eso
se trasluce porque todos los chistes están gastados.
Es
larga y se hace más larga todavía. Hace tiempo que se les acabó el nitroso.
Con
la escena bonita de Samoa casi
vomito.
Y
qué diálogos tan cochambrosos.
Hay
3 escenas en los créditos. No las vi. Me fui porque ya estaba agotado.
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