Impresionante.
En
cierto modo recuerda a Locke.
Hay, básicamente, un solo actor, un poli que, tras pifiarla, ha sido relegado a
llamadas de emergencia. Y, mientras se ocupa de ello, recibe la llamada de una
mujer. Todo parece indicar que ha sido secuestrada.
80
minutos de tensión pura en la que Asger Holm aguanta casi exclusivamente
primeros planos. Llamadas y más llamadas, conversaciones.
La
película es una prueba de la enorme fuerza que tiene la sugerencia. No vemos lo
que pasa al otro lado de las líneas, tan sólo lo suponemos. La imaginación hace
mucho más que cualquier imagen explícita.
Es
estremecedora la llamada a la hija de la secuestrada, ágil en la rutina de los
cambios, exasperante cuando una conversación no lleva a ninguna parte, tensa en
los tiempos muertos, desgarradora en algún momento… Una historia terrible, con
sorpresas y algunos giros inesperados tan brutales como puñetazos en el estómago que te van empotrando en el asiento.
Y,
mientras, vamos conociendo a ese poli. Hay detrás de todos esos personajes, en
su historia, un reconocimiento de la verdad, una confesión acerca de quiénes
son, descubriendo el mal que encierran. La aceptación de la culpa de la que
habla el título, pero también de cómo juzgamos a los demás sin mirarnos.
También
deja claro que una buena idea y unos pocos euros valen más que una millonada de
efectos especiales.
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