Los
nobles escoceses juran obediencia al rey Eduardo, pero los impuestos, las levas
y, sobre todo, el descuartizamiento de William Wallace, les conducen de nuevo a
las armas. Robert Bruce se hace coronar rey de Escocia e inicia la guerra.
Tras
Comanchería me interesaba ver
qué hacía David Mckenzie con el género histórico. Se toma algunas
licencias pero está claro que desea apegarse al espíritu de la época. Eso sí:
está a años luz de la épica de Braveheart.
Chris Pine encarna a Robert
Bruce, un tipo con, quizá, demasiada integridad. Hay muchos personajes y
ciertas dificultades para dibujarlos bien. El príncipe Eduardo es casi una
caricatura de bellaco inútil.
La
historia se mueve en la alternancia entre la huída y el asalto a castillos con
unos pocos hombres. Su ritmo funciona medianamente bien en cuanto consigue
deshacerse de las necesarias explicaciones para contextualizar época y
personajes. Pero, evidentemente, Mckenzie se guarda para el final su as
en la manga, una batalla muy bien rodada, una carnicería en esas zanjas con
picas.
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