-La
ley es una porquería.
La
primera parte tiende a la rutina convencional. La jueza (Emma Thompson)
dice al principio que no es un tribunal de ética o moral. Es un tribunal de
justicia. Esa distinción ya es un conflicto serio. Un chico con leucemia (casi
18 años) no quiere recibir transfusión por ser Testigo de Jehová.
Debate:
creencias religiosas, proteger de esas creencias religiosas, límite arbitrario
sobre la mayoría de edad, derecho a no recibir tratamiento, influencias
psicológicas…
Es
un comienzo que plantea cuestiones complejas y muestra la la profunda
separación que existe entre lo que se considera ético y lo que es justo, dos
parámetros que parecen polos opuestos.
Esta
trama se resuelve hacia la mitad de la película.
Quede
otra mitad. El tono cambia (muy característico de Ian McEwan pues se
basa en una de sus novelas). La jueza está a un pelo de divorciarse de su marido
(Stanley Tucci). Entran en juego elementos inesperados, un giro de guión
hacia algo diferente. Este segundo tiempo muestra que hay cosas más importantes
y verdaderas que la justicia fría: la libertad, el amor, la preocupación por
otros, la complejidad humana, la imposibilidad de cuantificar sentimientos…
Poco importa lo que la ley diga sobre eso.
Sugerente.
Creo que, como a todo lo de McEwan, le falta un toque de profundidad,
pero resulta interesante.
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