Kathryn
Bigelow realiza otra de sus películas donde la técnica, de
algún modo, se acerca a la magia.
Me
esperaba su ritmo, su toque visual que te impide apartar la vista de
la pantalla. Pero no esperaba esa estructura tan extraña. Cualquier
otro director habría combinando todos los elementos de la narración
a un tiempo, cambiando rápidamente de planos para crear la sensación
de frenesí.
La
directora opta por contarnos la historia 3 veces, con 3 perspectivas
que se entrecruzan. Y logra una narrativa de infarto. Ya sabemos cómo
acaba la cosa en su primer tercio y, sin embargo, seguimos
expectantes en las repeticiones posteriores.
Me
parece muy interesante el poco espacio que hay para el drama, para
caracterizar a los personajes y la capacidad para penetrar en los
asuntos sustanciales: el que reza, el que se está divorciando, las
reacciones de éste o aquél: qué fuerte la breve escena de Carrie
(Kaitlyn Dever) y la consecuencia sobre Jared Harris.
Qué pequeños detalles tan sugerentes: unas galletas, un
velocirráptor de juguete, una chapa…
La
elección del reparto ayuda mucho. En otras ocasiones he pensado que
Rebecca Ferguson tiene algo de magnético. Sea en Misión
Imposible, en Silo o aquí, sabe mantener sus
planos de modo que te mantengas atento. El montaje y la
interpretación se aúnan. Ejemplo: el momento que pasa por el arco
detector. Pero es que todo el enorme reparto coral, con poco tiempo
todos ante la cámara, está muy bien.
Lo
curioso de todo es que la película entera es un MacGuffin, un mero
cebo para ese ejercicio de tensión, de dinamismo, de demostrar cómo
se utiliza la técnica cinematográfica para mantenerte en el sillón.
3
veces lo mismo y ahí nos quedamos hasta el final.
Muy buena.

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