-Es
un desnudo de mujer bajo manta. Me lo encargaron para un museo que
tiene una junta directiva muy gazmoña.
Mercedes
es una joven viuda muy contenta de serlo. Mientras viaja en tren se
encuentra con una adivina que le dice cómo habría su vida si en vez
de elegir al aburrido Ramón hubiera elegido a Miguel, el otro hombre
de la floristería.
Existe
amplio consenso en considerar La torre de los siete jorobados
como la mejor obra de Edgar Neville. Estoy de acuerdo. Pero en
todas sus restantes películas hay expresiones notables de un ingenio
poco común.
Aquí
maneja una estructura en el montaje muy adelantada a su tiempo. Vemos
la historia de una mujer en dos versiones diferentes a partir de la
decisión que toma en un momento. Neville maneja con soltura
los flashback pero al
mismo tiempo juega, en un mismo plano, a cambiar de una historia a
otra (la boda), combinarlas (el baile) o hacer elipsis (la muerte de
Ramón). Hay que tener un gran sentido cinematográfico para hacer
eso sin cortes. Y también hay que ser muy capullo para filmar la
escena de los niños cantando la serenata. Divertidísima.
No
todo son cosas buenas. A Neville le pierde su irrefrenable
escritura de chistes surrealistas. Imagino que reutilizaba los de La
Codorniz o que la peli le servía de prueba. Se eterniza en
los diálogos.
Me
gusta el personaje de Isabel, que flota durante largo tiempo en la
narración hasta que cobra presencia. Bien trabajado también el
carácter de Miguel. El final es redondísimo, jugando con el
espectador en un planteamiento tenso de encuentro y desencuentro.
-No.
El que iba sin ropa era el caballo.
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