Esa
frase, usada por la madre para justificar el atropello del perro, es
la fórmula islámica para esquivar la moral. ¿Naces mujer? Te
fastidias, Alá lo quiere. ¿Eres terrorista, torturador,
maltratador? No eres responsable. Alá lo quiere.
Tal
vez Alá quiso el atropello del perro. Pero también las
consecuencias. Porque la furgoneta debe ser reparada y, cuando Eghbal
la lleve al taller de Vahid, Vahid creerá -palabra importante-
reconocer al hombre que le torturó.
Así
que Vahid secuestra a Eghbal, dispuesto a matarle, pero antes quiere
estar seguro.
Irán,
ese país tan loco, esa anacrónica teocracia insertada en el siglo
XXI, esa fábrica de fundamentalistas descerebrados y de rebeldes
que, cada uno a su modo, lucha por un poquito más de libertad.
Jafar
Panahi mete todo en la coctelera. Personajes variados de la
sociedad, el drama, el absurdo… y la comedia. Porque hay mucho de
comedia que alivia de una temática que podría volverse muy
opresiva. Esa furgoneta que va recogiendo a otras víctimas de
torturas para que sirvan de testigos, llega a un punto que me recordó
al camarote de los hermanos Marx. Tiene varios momentos de
puro surrealismo y no es extraño que citen a Esperando a
Godot.
Me
parece bien su reflexión más profunda. La cuestión no es si nos
vengamos o si hacemos justicia. Me llama la atención lo poco que
plantean la idea de justicia porque, desde luego, no la van a obtener
por cauces legales. ¿Estaría justificado hacer justicia en ese
caso? ¿Y de qué modo? Asumen directamente la idea de venganza. Les
mueve el odio a ese hombre. Pero como digo la cuestión es otra:
¿perdonamos?
¿Podemos
perdonar todo lo que injustamente sufrimos?
Jafar
Panahi ha estado en las cárceles iraníes y sabe de lo que
habla. Se mete en el charco consciente de lo que hace.
El
cine iraní debería oxigenarse con otros géneros, más allá de la
crítica social, pero entiendo que no es fácil y, hoy por hoy, tal
vez ni siquiera sea posible.
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