El
conde de Montecristo, el libro, es una joya. Ninguna peli o
serie ha logrado producirme el efecto del libro. Creo que es más
para leer que para ver. Que exige tiempo y maduración entre lectura
y lectura. Vas por ahí, paseando y tienes en la cabeza la que se
está liando: imaginas, anticipas, fermentas.
Llamo
género “conde de Montecristo” a todas esas películas y
series en las que un extraño aparece repentinamente en una comunidad
cerrada para descubrir secretos y dinamitarla por los aires. Veo
pocas del estilo porque siempre me decepcionan, porque estoy pensando
en la novela de El conde de Montecristo.
Sin
embargo me puse con ésta. No sé por qué. Quizá porque era
australiana e imaginé que no caería en los clichés yanquis.
No
me ha parecido nada del otro mundo pero reconozco que es adictiva. Es
muy básica pero funciona: giros, sorpresas, momentos rocambolescos…
Encuentras a una tipa fisgando en tus cosas y… ahí debería haber
terminado todo. La pones de patitas en la calle y llamas a la poli.
Pero como la historia debe seguir, el guion fabrica un diálogo
inverosímil, saltamos la trampa y seguimos para adelante.
Isabelle
llega a una pequeña urbanización. Dice ser periodista. Se inmiscuye
progresivamente en la vida de los locales. Cada uno de los 6
capítulos lleva el nombre de una mujer y nos muestra su vida:
miserias, aspiraciones, secretos…
Nada
nuevo. En general está bien contado, te haces el loco ante ciertos
absurdos de guion y te pones en modo fisgón, escrutando las vidas de
esas gentes de la mano de Isabelle.
En
cualquier caso me parece que hay un choque innecesario entre la
búsqueda de Isabelle y los secretos de las familias. Como que una cosa
no necesitaba de las otras.
Entretenida
pero tiene que gustarte el género. Y para eso mejor volver a El
conde de Montecristo. Nadie te va a dar más.
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